¿Cómo construimos un discurso sobre Cromañón que no culpabilice ni a los músicos ni a los jóvenes?
30.12.2022
Por Rodrigo Lugones
“No es una cuestión de fracasar o ganar, la noche del 30 de diciembre del 2004 perdimos todos”
Patricio Santos Fontanet, Chateaux Carreras 2006.
¿Puede la envidia ser tu alimento?
¿Puede “El Gran Suplemento”
Masturbar al pop?
¿Puede el locutor más gordo
Ser tan forro y siniestro?
¿Puede criticar el que no sabe quién sos?
Puede – Callejeros
En enero se van a cumplir diez años desde que comencé a escribir y militar en Agencia Paco Urondo. Este acontecimiento está indisolublemente asociado con el drama que entraña Cromañón. Es por esto, en parte, que la fecha de hoy es más que significativa para mí, ya que, además, tengo entre 40 amigos y conocidos que son sobrevivientes del incendio.
La noche del 30, y la mañana del 31 fui parte de quienes tuvimos que revisar listas de muertos, llamar a hospitales, comunicarnos con amigos con los que nos veíamos solo en shows de rock, para tratar de calmar la angustia y obtener algo de información.
Ocurría todo en una época en la que no había WhatsApp, y la comunicación no estaba tan vinculada con la inmediatez. Usábamos teléfonos de línea, y las recepciones de los nosocomios y las morgues estaban totalmente saturadas.
Era así como, entre nosotros, nos preguntábamos si alguien sabia algo de Nico de Platense, de Gonzalo de Padua, de la Negra Mariana, de los pibes del fondo no fisura o de la familia piojosa. De un amigo de un amigo, de una piba que veíamos siempre en tal o cual show y no estábamos seguros de si esa noche había ido, en fin, nos pasábamos imágenes de pibes y pibas por MSN o las difundíamos por Fotolog (las embrionarias redes sociales de la época), para rastrear alguna mínima información del paradero de amigos que, o habían muerto y no lo sabíamos, o estaban internados, o simplemente en shock y conmocionados por haber visto a la muerte en carne viva a tal punto que ni siquiera habían logrado retornar a sus hogares normalmente.
Que tal no aparece. Que tal otro parecía que había muerto. Que a Patricio lo habían visto impregnado de hollín. entrando en Cromañón a salvar gente, y resulta que ahora era un “asesino”. Tenía 24 ó 25 años.
Después de eso vimos como un entramado de jueces, fiscales, medios de comunicación, funcionarios y banqueros (¿les suena? ¿se acuerdan del lawfare?), construyeron toda una pared discursiva para generar una narrativa punitiva sobre el acontecimiento que puso el foco exclusivamente en músicos de rock y en un público de pibes y pibas mayormente del conurbano a los que les gustaba esa “música de grasa”. “El menjunje requemado”, del que hablaba soberbiamente, el periodista progresista Eduardo Fabregat.
También vimos a la rata de Omar Emir Chaban yéndose con la plata de la recaudación de esa noche a esconder a Cemento. Pero ningún periodista de los medios de rock lo juzgó por eso.
En el medio el sufrimiento singular de los ataques de ansiedad devenidos en ataques de pánico, las adicciones que buscaban tapar lo que no podía decirse ni representarse luego de la tragedia, los suicidios, los acting outs, las condenas disparatadas. El ascenso del PRO.
En suma, un drama subjetivo y social, acompañado de toda la maquinaria mediática, judicial y de derecha, absolutamente desbocada y unánime (donde coincidían en su línea, lastimosamente, desde Clarín y La Nación hasta medios como Página 12), que tuvo un dique de contención en medios alternativos como la Agencia Paco Urondo que dieron, con su alcance, su versión de los hechos y su perspectiva y mirada alrededor de lo que pasaba. Una mirada profundamente novedosa, porque estaba ausente de las tramas discursivas epocales.
El kirchnerismo aun no era rockero. No había actos con el Indio Solari de fondo. El propio Indio aún no se había pronunciado en favor de nuestro gobierno y todavía la clase política buscaba, aunque sea de refilón, defender a Aníbal Ibarra.
En ese contexto fue que construimos, entre muchos y muchas, un relato que interpeló incluso a músicos que acusaban a sus propios colegas de los peores y más aberrantes delitos (como de asesinar a su propio público, sin contar que sus propias familias habían fallecido allí esa noche gris).
Esto tuvo un freno cuando muchos de estos músicos se dieron cuenta de que si se sentaba jurisprudencia y los miembros de Callejeros iban presos, ese antecedente podía hacer que, de ahí en más, cualquier músico en Argentina vaya preso frente a cualquier accidente que pudiera ocurrir en un show.
Salvarse el culo fue lo que volvió “solidarios” a varios músicos egoístas. Lo importante, más allá de esto, es que se consiguieron muchas adhesiones para poder discernir quienes eran los verdaderos responsables.
Pudimos, sin embargo, revertir la maquinaria discursiva lanzada de forma voraz, a pesar de que se consumaron varias injusticias, y que al día de la fecha el cantante de la banda fue quien tuvo la condena más grande de toda la cadena de responsables de la tragedia no natural más grande de la historia de nuestro país. O que Daniel Cardell, escenógrafo de la banda, quien ni siquiera estuvo presente esa noche y sólo había pintado un telón, tuviera que ir preso. A pesar de todo eso, podemos decir que pudimos.
Gracias a La Paco, y a Cromañón, puedo decir que me transformé en periodista. Me di el ser, como diría Sartre.
Agradezco infinitamente al director de este dispositivo político-comunicacional (José Cornejo), por haberme permitido traducir la angustia en un discurso que encontró las vías de su enunciación y que, por intermedio de ello, hoy, diez años después, me encuentre militando activamente aquí, junto a un colectivo de compañeros y compañeras que, como ha dicho alguna vez Eva Perón: “No se dejaron arrancar el alma que trajeron de la calle”.
Gracias Agencia Paco Urondo.
Este artículo está dedicado a los miembros de esta Agencia, y a todos quienes colaboraron a construir una percepción social diferente a la que reinó en Argentina desde el 30 de diciembre de 2004 hasta el año 2013.