28.11.2022
Por Martina Noailles
A los 17 años armó su primera banda de punk formada íntegramente por mujeres y desde ahí no paró. Cancionista, artista, feminista, Paula Maffia volvió a La Boca en los últimos meses de la pandemia. Ya había habitado el barrio quince años atrás en una casona-centro cultural al que bautizó la Casa Mostra.
Nació en Buenos Aires en el otoño de 1983, con la brisa de la primavera democrática. Se dedica a la música desde hace más de veinte años. Fundó bandas icónicas como Las Taradas, una orquesta de señoritas que rememora canciones de las décadas del 40 y 50 con impronta feminista. Canta, toca, escribe, dibuja, actúa y hoy dedica gran parte de su día (y de su noche) a maternar a Marino en su casa de La Boca.
– Quizás en el barrio hay quienes no te conocen, ¿nos contás quién sos?
– Soy ante todo una cancionista. Quizás algunos me conozcan como cantante, artista, docente o escritora, así que dejo que otros me pongan el mote. Hace más de 20 años que me dedico a la música, más específicamente a hacer canciones, pero también a patear la escena de la música independiente.
– ¿Estudiaste música?
– A los 15 años tenía unas ganas locas de estudiar música, pero no lograba que mis viejos me esponsorearan. Ellos tenían otros intereses para mí, como que estudiara idioma. Me enteré que existía algo llamado conservatorio y que dependía de la municipalidad, agarré a mi mejor amiga y le dije acompañame. Me anoté, di el examen de ingreso y quedé. Lo tomé como una caricia del destino.
– Y enseguida armaste tu primera banda…
– En el conservatorio yo era la más chica, me admitieron excepcionalmente en el curso de adultos donde de pronto me encontré con gente que flasheaba con la música como yo. Gente de otro palo, de veintipico para arriba, que laburaba y vivía sola. El conservatorio me dio el entendimiento de que la música es mucho más de lo que te enseña una institución. Y la certeza de que yo no iba a ser ni una instrumentista ni una concertista, sino que necesitaba tener ese conocimiento para apropiármelo. A los dos acordes que aprendí en el piano agarré la guitarra. Y ahí encontré una gran libertad y la posibilidad de componer canciones a mi estilo. A los 16 ya tenía un puñado de canciones e inmediatamente me puse a armar mi propia banda con mis propias canciones. Punk por su puesto. Garage punk. Tuvo varias formaciones, pero la principal fuimos todas chicas. Se llamaba Acéfala. Fue una premonición: un año y medio después llegaba el 2001.
– Por entonces no había muchas bandas de mujeres…
– Estaba Pasto a las fieras y había músicas como Andrea Álvarez o Érica García, pero tocaban con tipos. Era raro ser una chica y dedicarse a la música, especialmente al rock, al punk, especialmente ser música, no solo cantante o corista. Había algo muy poderoso, encontrabas una trinchera de experiencias con congéneres. Era casi patriótico armar una banda de chicas, estabas fundando un género y demostrando la empiria pura de que se podía; que no somos raras, simplemente somos pocas.
– Mucho después llegó la ley de cupos de mujeres y disidencias para espectáculos musicales, ¿cómo analizás ese proceso?
– La música es una disciplina que, hasta el día de hoy, sigue más entetada por la industria que otras disciplinas artísticas: está más encadenada, más genuflexa al mercado. Por lo tanto, hasta que no se volvió moda que hubiera bandas de mujeres, la industria se encargó de no promoverlas. El cupo de mujeres y disidencias aparece traccionado por lo que fue la marea verde y, a su vez, la marea fue traccionada por el 8M, el Ni una menos y el enorme laburo de la campaña por el aborto. Fue todo ese impulso que nos pintó de verde a todes e hizo que un montón de paisanas sueltas que nos consideramos músicas a lo largo y ancho del país dijéramos tenemos un fenómeno en común y es que no nos dan pelota en los festivales, no existimos, siempre es el festival del huevo.
– Te traigo al barrio, ¿por qué La Boca?
– En 2007 apareció la oportunidad de comprar una casa en Brin entre Olavarría y Lamadrid. Originariamente había sido una panadería que abastecía a todo el barrio. La bautizamos La Casa Mostra. Era una posibilidad de vivir en banda, tener una sala de ensayo, una de grabación, un pequeño estudio de radio y la casa tenía las dimensiones para hacer todo eso. Fueron años muy hermosos. Nunca me sentí más bienvenida en un lugar, los vecinos me recibieron con un amor muy grande, el hecho de que fuéramos músicos, jóvenes, que invirtiéramos vida en el barrio. La frase que me decían todos era ‘Paulita, vos no sabes lo que era el barrio antes, era una fiesta’. Con una nostalgia y un orgullo muy grandes. Pero del otro lado había una realidad cruel, chiquitos en la esquina enflaquecidos, con los ojos hundidos hasta la médula de paco. Tremendo. Les bajábamos unos vasos de coca cola y unos sánguches, pibes hermosos que de repente eran casi espectros. Eso convivía en el barrio.
– ¿Y pudieron conectar con otres artistas del barrio?
– La casa hizo mucha movida, muchas fiestas. Estábamos muy metidos en el ambiente del garaje y del punk. Hacíamos base en La justa medida, de Tony, los muchachos camioneros paraban ahí y había un show de tango, y de repente nosotros que veníamos del punk nos poníamos a zapar tango con los viejitos que estaban ahí tocando el bandoneón. También estaba la casa de Marie, a donde íbamos a las primeras fechas de cumbia queer. Era en plena época post Cromañon, entonces la casa se volvió trinchera.
– Y ahora volviste… ¿cómo encontraste el barrio después de 15 años?
– Volví este año, embarazada. Encontré luz, espacio, calidez y barrio. También, un plan inmobiliario macabro para barrer a la gente a como dé lugar. En medio de esa gentrificación aparece Molina Ciudad. No me imagino qué tipo de persona tiene un Mustang descapotable en avenida Patricios, es una forma de ostentación. Y lamentablemente son esas inversiones las que hacen que se ilumine una avenida o que te arreglen una vereda, algo que merece el barrio pero que está postergado hasta que llega la elite. Pero yo siento que La Boca resiste. A diferencia de otros barrios, La Boca tiene aguante, por eso quiso ser República independiente, tiene orgullo propio, folcklore, viene de aquella inmigración tana y española dura como el alcornoque e ingeniosa. Y toda una identidad.