Peter Pank: “Las noches de los ’90 eran tan intensas que también te podían devorar”
20.2.2022
Por Mariano Nieva
El artista tan prolífico como multifacético, recordó entre otras cosas su trayectoria en el teatro off, la figura icónica de Batato Barea y las interminables noches del under porteño.
Peter Pank es actor, performer, cantante, director de cine y escritor. Entrevistado evocó sus comienzos en la actuación en el colegio de la ciudad de Campana donde vivía, la llegada al Parakultural donde presenció un número interpretado por Alejandro Urdapilleta que le cambió para siempre su manera de concebir el teatro, su vínculo y admiración por Batato Barea que terminará volcando junto a Goyo Anchou con la edición de La peli de Batato (2011), las noches mágicas y salvajes de los ‘90 y todo lo que se viene para él junto a su banda Los Chicos Perdidos, que incluyen la posible edición en vinilo de su último trabajo llamado Nocturno. También se refirió a las nuevas funciones del Kabaret Elektro Pank junto a Emiliano Figueredo y del estreno teatral de Tarzán Boy, una adaptación de su novela homónima que escribió en 2017, entre tantas otras cosas.
Comencemos por el principio. ¿Qué se cruzó primero en tu vida, la música o la actuación?
Peter Pank: La actuación llegó primero que la música. Me crié en la localidad de Campana, provincia de Buenos Aires, y de adolescente durante el proceso militar lo que disfrutaba hacer era dibujar comics. Hasta que en un momento empecé a tener ganas de actuar esas historietas que yo mismo había creado. Y como en la escuela secundaria había unas materias extracurriculares como periodismo, coro y teatro, terminé haciendo un par de pequeñas obras. Recuerdo que en mi ciudad había dos grupos teatrales, el Municipal que hacía un repertorio muy clásico y otro colectivo integrado por gente joven que se llamaba Teathron que actuaban números de café concert. Al tiempo, algunos integrantes de este último grupo fueron a ver las puestas del colegio, me vieron y me invitaron a participar con ellos como apuntador. Acepté, y cuando llegó el día del estreno de su nueva propuesta teatral hubo un actor que hacía un personaje femenino que por alguna razón no pudo asistir. Y como el único que se sabía la letra era yo por mi trabajo de asistente en el libreto, me dijeron ahí mismo: “Ponete el vestido y hacé vos el papel de mujer”. Y así te podría decir que comenzó todo.
Sé que para vos llegar al Parakultural fue un momento iniciático y revelador. ¿Qué te pasó cuando pusiste un pie por primera vez en aquel lugar tan importante para la escena under de la época?
P.P.: Fue muy curioso cómo llegué al Parakultural. En aquel momento hacía poco tiempo que vivía en San Telmo y estaba estudiando actuación en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático donde a mis maestros no les gustaba absolutamente nada lo que les proponía. No me dejaban vestir de mujer y si bien era chico y no tenía mucha experiencia ni reconocimiento por venir de una ciudad pequeña como Campana, no era que nunca había hecho nada tampoco. Actué varios años creando mis propias obras que las había visto una buena cantidad de público también. Entonces, una compañera me dijo que lo que hacía encajaría perfectamente con la propuesta del Parakultural por lo cual tenía que conocerlo. Y claro, cuando entré fue un flash porque había encontrado el lugar que estaba buscando. Lo primero que vi allí fue un número interpretado por Alejandro Urdapilleta que se llamaba La Mamaní, donde se tiraba por las empinadas escaleras que había, utilizando un lenguaje totalmente rupturista que me voló la cabeza.
Aunque y a decir verdad, no comenzaste allí tu relación más profesional con el teatro, sino más bien en algo más tradicional.
P.P.: Es muy cierto lo que decís. Empecé a incursionar en el teatro en algo mucho más formal cuando una amiga me propuso sumarme al staff que colaboraba con Cipe Lincovsky, una gran actriz que había sido exiliada y había trabajado con el bailarín Maurice Béjart, y quien necesitaba un asistente en escena para un espectáculo unipersonal de una impronta muy intelectual que estaba haciendo. Hice una temporada con ella donde además nos fuimos de gira al interior, y la verdad es que era muy chico y Cipe, que era todo una señora de la escena teatral, tenía un carácter muy fuerte, lo cual me abrumó .Y por eso decidí al término de la serie de presentaciones pautadas, abandonar el proyecto. Después de ahí comencé a estudiar cine.
Yo soy Batato
¿Cómo conocés a Batato Barea?
P.P.: A Batato no lo conocí en el Parakultural, es más estoy casi seguro que la primera vez que lo vi actuar fue en el Centro Cultural San Martín recitando poemas junto a Fernando Noy, Delia Pardo y Néstor Perlongher. Y tanto me encantó lo que hacía que volví a verlo un par de veces más. Hasta que una noche en Cemento, lugar que frecuentaba con asiduidad porque en esa primera etapa del boliche y antes de convertirse en la Cuna del Rock había mucho teatro, contracultura y artes visuales, Batato hacía una performance donde a los asistentes los cubría con una tela y les adivinaba la suerte. Aunque después me contó Enrique Symns que Batato hacia ese número para tratar de levantarse a los chicos que le gustaban y que cubrirlos con la tela era una estrategia para ver si les podía sacar un beso (risas). Y al finalizar el acto entregaba a cada uno de los presentes una tarjetita con un fragmento de un poema de Alejandra Pizarnik y una leyenda que decía: “Soy Batato” y su número de teléfono.
Imagino que teniendo su número de teléfono lo habrás llamado. ¿O no?
P.P.: Por supuesto. Pasados unos días de su actuación en Cemento, me atreví a llamarlo y comenzamos a hablar sobre la obra de Alejandra Pizarnik que en ese momento no era de fácil acceso porque no había reediciones de sus libros por conflictos con sus derechos, o algo por el estilo. Lo que sí podías conseguir es que alguien te hiciera fotocopias de algunos de sus escritos. Y como Batato tenía una serie de libros y le faltaban otros y yo tenía justamente los que a él no tenía y viceversa, quedamos en encontrarnos para intercambiar ese material. Y a partir de ese momento, empezamos a construir una amistad que hacía que cada vez que yo iba al Parakultural o a Cemento, me lo encontrara y nos quedábamos charlando toda la noche.
Y justamente en una de esas noches, puntualmente en el Parakultural que por entonces sufría de manera permanente el asedio de la policía, el propio Batato impidió que te llevaran detenido. ¿Qué recordás de aquel episodio?
P.P.: Que eso que pasó fue parte de una serie de cosas curiosas que nos fueron uniendo cada vez más. Esa noche que mencionás de la razzia en el Parakultural, era la época en que ya estaba todo mal con el boliche creado por Omar Viola y Horacio Gabin. Y como lo querían desalojar a toda costa, todo el tiempo llegaba la policía y se llevaba a todo el mundo. Esa vez, cuando vi que entraron los milicos, entré corriendo al camarín para avisarles a los actores que allí estaban. Entonces Batato me dice: “No salgas, quedate acá con nosotros”. Mientras en el salón se armó un gran escándalo y Omar Viola les dijo a los agentes que si se llevaban a los artistas él en persona iba a ir al diario Crónica a denunciarlos por haber actuado como en épocas de la dictadura militar. Por eso es que zafamos entre otros/as Alejandro Urdapilleta, Humberto Tortonese, Batato y yo porque mientras me daba sus bolsos decía que era su asistente personal. De todos modos fue muy raro porque mientras me iba con los actores veía como mis amigos se iban detenidos por nada. Solo por haber salido a divertirse disfrutando de una obra de teatro y escuchar rock. Así que nos fuimos caminando con Batato ya de madrugada hasta la parada del colectivo que lo iba a llevar a su casa.
¿Cómo aparece la idea de hacer un documental sobre Batato?
P.P.: Después de la experiencia que te conté que tuve con Cipe, había dejado el teatro y comenzado a estudiar cine en la escuela de Avellaneda donde también me iba mal porque hacía unos cortos muy experimentales e influenciados por artistas como Andy Warhol o Paul Morrisey, cosa que a mis profesores no les gustaba nada. Recuerdo que me decían que eso no tenía nada ver con el cine argentino porque actuaban travestis y que no entendían qué quería decirles con tanto símbolo y gente en pelotas (risas). Y por ese motivo me reprobaron. Al año siguiente tuve que volver a presentar trabajos y otra vez lo mismo. Me decían que daba la sensación que no tenía la más mínima intención de aprender y por eso me dieron una última oportunidad proponiéndome filmar un documental.
Entonces, se me ocurrió hacerlo sobre Batato, por eso lo llamé y le propuse la idea en la cual yo solamente iba a tomar el té a su casa con una cámara y eso sería todo. Afortunadamente le pareció maravillosa la idea y lo hicimos. Yo lo único que le había pedido al cameraman era que no se centrara tanto en filmarnos a nosotros dos, sino más bien en los objetos que tenía Batato en su casa, sobre la mesa, los libros y las fotos para de este modo tratar de conocer al personaje. Imaginate que cuando se lo mostré a mis maestros, quienes no tenían la menor idea de quién era Barea me volvieron a bochar diciéndome que lo tenía que rehacer de la manera correcta en la que se hace un documental, incluyendo primeros planos al entrevistado, material de archivo, etc.
Entonces, ¿cómo lo resolviste?
P.P.: Un día, una gran compañera que tuve que se llamaba María Celleri, me dijo que el motivo por el cual mis maestros no me querían era porque iba a clases con los ojos pintados. Y que ella me iba a ayudar para poder hacer un trabajo lo más cercano posible a lo que me pedían. Por eso, al encarar la filmación de otra forma logramos que Batato en las casi tres horas que habló para la cámara, se abriera como nunca antes lo había hecho. Porque él por lo general cada vez que iba a un programa de televisión, o le hacían notas, apelaba al formidable clown que era. Al final del rodaje Barea me ofreció como material de archivo unos cuantos VHS suyos donde había obras y cosas que había hecho, con la condición de que al terminar de usarlos se los devolviera. Pero lamentablemente nunca pude hacerlo porque murió a los pocos meses.
Y así nació el corto 14 pavos reales.
P.P.: Exacto, pero dejame agregar además que a partir de la muerte de Batato empezaron a ocurrir una serie de hechos curiosos. Por un lado, que los medios de comunicación que nunca le dieron demasiado espacio, se hicieran eco de su fallecimiento. Y por el otro, que mis maestros de la escuela de cine con quienes había tenido tantos conflictos se acercaran a mí para pedirme disculpas por no saber quién había sido aquel maravilloso artista. Y que recién lo descubrieron por la cobertura que hicieron los diarios y la televisión. Por eso, me dijeron que me tomara todo el tiempo que necesitara para terminar el docu y que ya tenía la carrera aprobada. Entonces, y después de ese lindo gesto de parte de los docentes, pude finalmente terminar el cortometraje que me pedían y que se llamó 14 pavos reales, que lo codirigí con María Celleri y en donde quedó afuera el 90 por ciento del material que tenía de Batato.
¿Finalmente el corto pudo ser exhibido en algún lado o solo quedó en el ámbito de tu carrera de cine?
P.P.: Te cuento que Tino Tinto, otro extraordinario personaje de la contracultura, me ayudó a presentar el documental en un par de concursos. Y sumado al ángel de Batato que lo sentíamos tan presente, es que el corto empezó a ganar premios y a poder mostrarse por todos lados. Y a partir de allí pasé de ser alguien totalmente desconocido a que todos en el under supieran quién era Peter Pank. Situación que me terminó dando una fobia total porque sentía que yo no había hecho nada, y que todo era obra de Batato. Así que decidí desentenderme de todo aquello por completo.
¿En qué momento aparece Goyo Anchou?
P.P.: A Goyo lo conocí cuando yo trabajaba con José María Muscari. Recuerdo que en ese momento estábamos haciendo en Parque Chacabuco una obra que se llamaba Disco y que básicamente era una crítica a ese teatro autorreferencial y de biodrama que estaba muy de moda a principios de los 2000. En una oportunidad, al final de una función viene a verme al camarín Mor, un querido amigo mío, y a decirme que había alguien estaba interesado en filmar una remake de Safo, historia de una pasión (1943) la película de Carlos Hugo Christensen, era Goyo Anchou. Y la idea que tenía para mí era que participara haciendo el personaje que encarnaba Mecha Ortiz filmando en lo que él llamaba “cine de guerrilla”, que consistía en tomar un espacio sin permisos ni autorización de nadie, rodar y después ir armando la peli.
Te preguntaba por Goyo porque después juntos van a encarar el trabajo que terminará siendo La peli de Batato (2011). ¿Cómo es que deciden hacerla?
P.P.: Una vez voy a un BAFICI (Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente) a ver una película que se llamaba Tarnation (2003) dirigida por Jonathan Caouette y que trataba de un chico que tenía a su madre esquizofrénica y que la había grabado en súper 8 durante toda la enfermedad para poder reconstruir su historia. Mirándola lloré como un loco porque me hizo dar cuenta de la importancia del material que tenía en formato VHS de Batato en mi casa y que estaba en una caja juntando polvo. Entonces, salí del cine y desde un teléfono público lo llamé a Goyo, quien me había insistido muchas veces para hacer el documental, y le dije: “Tenés razón, creo que llegó el momento de trabajar con el archivo de Batato”.
Si bien el material ya estaba, para una producción un poco más ambiciosa en términos de técnica e infraestructura, se necesitan otros recursos económicos. ¿Cómo resolvieron esa situación siendo que era un proyecto totalmente independiente?
P.P.: Luego que se sumó al proyecto Mad Crampi, que venía del cine de terror y con quien yo había trabajado, nuestra idea fue conseguir los subsidios del INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales) para que la peli sea lo más profesional posible y cuente con la mejor tecnología. Por eso, presentamos el proyecto y lo rechazaron de manera unánime argumentando que carecía de cualquier valor cultural. Pero no nos resignamos y buscando opciones nos enteramos que existía la beca Raymundo Gleyzer. Propusimos la idea y fuimos seleccionados, lo cual fue muy movilizante para mí por todo lo que pasé, y por el recuerdo de Batato y de todos/as los/as amigos/as que ya no están. Lo único que nos sugirieron desde la curaduría del Gleyzer fue que tenía que actuar yo conduciendo la historia porque de alguna manera el docu incluía parte de mi vida. Finalmente, ganamos la beca y con las ideas un poco más claras y el dinero que recibimos comenzamos la preproducción, lo que además nos validó poder volver a presentar los papeles en el INCAA. Entonces, el comité evaluador esta vez nos otorgó la financiación porque se dio cuenta que no éramos un grupo de punks delirantes que nos íbamos a gastar toda la plata que nos diesen en cocaína (risas).
Hablamos de la gestación y el desarrollo de la peli de Batato. ¿Qué nos podes contar del estreno?
P.P.: Una vez terminada la película fue estrenada en el marco del BAFICI en tres funciones en la sala del Hoyts Abasto. Por otro lado, y por internas dentro del propio INCAA, jamás nos dieron la posibilidad de poder proyectarla en el Gaumont como se hace con la gran mayoría de las producciones que salen de ese organismo. Sin embargo, los que curiosamente ofrecieron su sala fue la gente del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA) a quienes agradecidos aceptamos llevarla allí. De todos modos, con Goyo y Crampi decidimos que más allá de poder mostrarla en ese espacio tan anti Batato el recorrido de aquí en más de la peli tenía que tener su espíritu. Y por eso es que empezamos a generar funciones en lugares alternativos como Casa Brandon, el Centro Cultural Tierra Violeta y en FM La Tribu entre otros, donde además de ver el docu Goyo y yo incluimos una charla con los asistentes y una performance. Una movida que terminó generando un maravilloso boca en boca que hizo que todos los lugares se llenaran. Finalmente, y luego de varios años de andar armando proyecciones itinerantes, incluso por el interior del país y como la película, que no se había estrenado oficialmente no tenía Código de Calificación, el INCAA tenía que darnos uno. Por eso, debía cedernos un espacio propio para mostrar el documental y así obtener esa certificación. Así que nos dieron la sala, pero en la ciudad de La Plata, lo que seguía demostrando esa resistencia que tenían para con este trabajo sobre Batato.
Perdido por la música
¿Se puede decir que con el Kabaret Elektro Pank comienza de alguna manera tu faceta de cantante?
P.P.: Con el Kabaret Elektro Pank empecé a hacer presentaciones en bares, y como me enseñó Batato, era un espectáculo que entraba en un bolso. Y por eso lo podía llevar a todas partes. La propuesta que hacía era sobre textos de Vera Valdor y la música la había compuesto Amanda Ocho que venía de la banda Cleopatra Paradise que hacían sint pop y música electrónica. Al poco tiempo, lo conozco en un bar de San Telmo a Fabián Jara, quien organizaba fiestas de electro pop en español donde se pasaba Virus, La Prohibida, Fangoria y todo lo que venía de España producto de la movida madrileña. De esta manera, empezaron a surgir conformando una escena nueva, una serie de artistas que empezaron a mostrar su música como Blitto, Gaby Vex, Adicta y muchos/as más, que podían hacer sus propias canciones con una computadora.
En una oportunidad, Fabián me invita a cantar por primera vez en una de esas reuniones que organizaba y que se hacían de manera clandestina en El Dorado. Era la época post Cromañón, que había generado más allá del dolor por la tragedia, una cacería de brujas donde la noche pasó a ser proscripta como en los peores tiempos de nuestra historia. Por eso es que en la poca y precisa publicidad que se podía hacer, se ponía un cartelito que decía simplemente: “Nos encontramos en ese lugar tan A Dorado“, que funcionaba como una contraseña. Recuerdo que en el boliche había una llave maestra de luz ubicada en la puerta y que cuando se advertía que podía venir la municipalidad o la policía, se bajaba esa llave quedando todo a oscuras y en silencio. Solo había que esperar que el peligro pasara para poder continuar.
Y llega el turno de Los Chicos Perdidos, tu actual banda. Aunque hay antecedentes de otros proyectos musicales.
P.P.: Si bien antes había tenido banditas de garage que nunca llegaron a nada, en los ’80 tuve una llamada Comando Travesti donde hacíamos hardcore gay, incluso antes de que todo lo que se conoce como homo core existiera. Con la cual hacíamos unas versiones bien distorsionadas de por ejemplo “Macho man”, tema de Village People. Así que empecé a armar el nuevo proyecto con el bajista de Comando Ricardo Millán y Juampi Malvasio (Electrochongo) a quien conocí en un recital de Blitto un artista que creo que merece ser rescatado y valorado. Entonces juntos armamos Peter Pank y los Chicos Perdidos en 2007. El grupo además de los músicos tenía tres bailarines que eran Juan Palacios, Roco Santino y Hernán Martínez. Y a mí me gustaba el formato de guitarras eléctricas con sintetizadores porque le daba un carácter un poco más rocker a la propuesta.
Emiliano Figueredo desde hace un tiempo ya, es uno de tus socios creativos y artísticos. ¿Hace cuánto se conocen?
P.P.: Con Emiliano nos conocemos hace muchos años, es un actor enorme y maravilloso que hoy participa en El Siglo de Oro Trans en el teatro San Martín. Una persona muy humilde. Con Emi hicimos una obra que se llamó 1990 Noches para el ciclo de Teatro Bombón que tenían Monina Bonelli y Cristian Scotton en La Casona Iluminada que quedaba sobre la avenida Corrientes, y que es un homenaje a esos ’90 que vivimos con tanta intensidad y que se llevaron también a tanta gente linda como Daiana Diet, Charly Darling, Sergio De Loof y tantos/as otros/as. Quienes aportaron en aquellos años, su cuota de brillo, glamour, desparpajo y que murieron tan prematuramente porque la noche también te devora. Finalmente y a pedido del propio Figueredo decidimos hacer juntos una readaptación un poco más actualizada del Kabaret pero conmigo en el rol de director y él en el de intérprete.
La última, ¿qué nos podés contar de la actualidad de Los Chicos Perdidos?
P.P.: Que durante la pandemia grabamos un EP (Extended play) de tres canciones, al que le pusimos Nocturno y en donde nos metimos con un estilo post punk contagiados por el contexto de la etapa más estricta del confinamiento de la pandemia de COVID-19. Situación que también me llevó a escribir cosas más oscuras. A su vez, Goyo Anchou volvió a trabajar con nosotros filmando un video por las inmediaciones de la cancha de Huracán para el tema “En busca del tiempo perdido”. Y un sello español, Medusa Discos, que se dedica al punk y al garage, me contactó para sacar el disco en vinilo en Madrid. Así que estamos metidos de lleno con todo lo referente a las negociaciones que nos puedan facilitar la edición de nuestro nuevo material.
Agenda
El Kabaret Elektro Pank se volverá a presentar los días 26 de febrero y 19 y 26 de marzo en Feliza a las 23:30 h, Av. Córdoba 3271, CABA.
Tarzán Boy se estrenará el 2 de abril en Espacio Tole Tole a las 21:00 h, Pasteur 683, CABA.
Peter Pank y Los Chicos Perdidos se presentarán el 25 de marzo en El Mandril, Humberto 1º 2758, CABA.