Movilización en CABA en repudio de las petroleras en el Mar Argentino

4.1.2022

“La consigna es que se anule el proyecto que aprobaron el 30 de diciembre. Esto tiene las mismas características del Chubutazo: un rechazo a las medidas, que se vuelva para atrás”, comparó Carolina García Curilaf, de la Asamblea Por un Mar Libre de Petroleras, sobre el “Atlanticazo”, la convocatoria coordinada entre más de 20 puntos del país para repudiar la medida aprobada por el Ministerio de Ambiente y la Secretaría de Energía el anteúltimo día del año pasado, que permite avanzar con la exploración sísmica y extracción de petróleo en las costas del Mar Argentino.
«No podemos quedarnos de brazos cruzados si el Ministro de Ambiente Juan Cabandié quiere aprovechar la época de fiestas y vacaciones para habilitar el bombardeo sísmico de nuestra Costa Atlántica. – sostienen desde Coordinadora Basta de Falsas Soluciones (BFS)– Esa misma hacia donde cientos de miles están yendo a pasar sus descansos y en las que el conjunto de la biodiversidad va a verse ultrajada por el saqueo de las multinacionales petroleras. Por eso nos movilizamos desde Plaza de Mayo, donde se encuentra el Ministerio de Economía de Martín Guzmán quien, en el marco del pacto que busca con el FMI afectó el presupuesto destinado a combatir los incendios, y desde donde la Secretaría de Energía impulsa la luz verde para la exploración sísmica off-shore de la multinacional Noruega Equinor en el Mar Argentino», remarcan.
Por, en Capital Federal se movilizaron desde Plaza de Mayo, donde se encuentra el ministerio de Economía de Martín Guzmán, quien, en el marco del Pacto que busca con el FMI, afectó el presupuesto destinado a combatir los incendios, y desde donde la Secretaría de Energía impulsa la luz verde para la exploración sísmica off-shore de la multinacional Noruega Equinor en el Mar Argentino.

17 años de Cromañón: sin salida, nunca más

30.12.2021

Por Yael Crivisqui

“Quienes nos autopercibimos como la generación de aquel diciembre trágico, tenemos la obligación histórica de no caer en esa mirada de vuelo: liviana, y sin peso, para abordar Cromañón”.

Se cumplen 17 años de la tragedia no natural más grande de la historia argentina: Cromañón. Es importante recordarlo, no solo para que nunca más vuelva a suceder, si no para que no se transforme en un dato más de todas las calamidades por las que ha pasado nuestro país.
Mi mayor miedo, debo confesar, no solamente cuando llega esta fecha, más bien cada vez que lo hablo con otros, que pregunto en alguna entrevista, que traigo el tema, es que del otro lado reciba una mirada, una lectura, de tipo avión; que mira lo que pasó desde arriba, a nivel general, rápido, y sin profundizar de cerca en las condiciones contextuales, económicas, sociales y generacionales que incubaron semejante tragedia.
Quienes nos autopercibimos como la generación de aquel diciembre trágico, tenemos la obligación histórica de no caer en esa mirada de vuelo: liviana, y sin peso, para abordar Cromañón. Porque sí, nos pasó a todos, como sociedad, pero a muy pocos les importó desde los distintos estamentos del Estado. Fuimos las pibas y los pibes, las bandas, de una época demasiado precaria, quienes pusimos los muertos, el cuerpo joven y el capital anímico, para que se tomara conciencia de las condiciones en las que se estaba viviendo y que sin salida no se puede volver a estar nunca más. Por eso, hoy debemos ser los adultos que generan las condiciones materiales, a través del activismo, la militancia y la política en sí, para evitar que vuelva a suceder. Para tener salida.
En aquel momento, estábamos unidos por las lonas blancas, las letras antisistema, las giras, los morrales, nuestras remeras y trapos, por nuestra filosofía y códigos barriales para bancar la parada, la que tocaba, pero desarticulados y enquilombados. Hoy estamos unidos por esa esencia, pero, también, por la lucha, por la disputa del sentido común colectivo, por el mapa que trazamos y que siempre nos indica por donde es, o, mejor dicho, por donde no tiene que volver a ser. Hoy tenemos que ser los articuladores de políticas públicas concretas que atiendan, profundicen, regulen y reparen. No se trata solo de enunciados, de lo simbólico y de reclamos, se trata de hacer, para poder transformar todo ese dolor que nos generó y genera Cromañón, en más y más organización. Desarrollamos una sensibilidad enorme y muchísimas defensas a lo largo de estos años -que muchos de los que tienen una mirada avión carecen- lo que nos debe permitir estar en los detalles, y seguir reescribiendo nuestra historia.
Ahondar en lo que sucedió hace 17 años, no significa abrir heridas, porque de hecho nunca se terminan de cerrar, significa no volver a quedar encerrados en los sótanos de la desidia, no quedar atrapados en la quietud de la tristeza; significa garantizar que las nuevas generaciones tengan un mejor presente y futuro. Revisar e intensificar la memoria. Que esos rollingas que fuimos, y somos en esencia, y que al principio fueron interlocutores, hoy podamos ser los promotores de una agenda que atienda a todos esos factores que pueden desencadenar en otra tragedia. Seamos también quienes pelean por las responsabilidades institucionales que garanticen que haya un Estado presente. Como la generación Cromañón que somos, no tenemos que esquivar la profundización de lo que pasó, porque de hacerlo seguiremos permitiendo que las juventudes o la música vuelvan a pagar el costo de la pereza política y judicial. Por el contrario, sigamos construyendo desde abajo la salida por arriba.
Hasta que todo sea como lo soñamos.
Los pibes y pibas de Cromañón presentes, hoy y siempre.

Jornada político cultural frente al Congreso, anunciaron levante del acampe, la lucha por la ley 26160 continúa

30.12.2021

“Por el paradigma a favor de la VIDA basado en el BUEN VIVIR”

Más de 40 Pueblos Naciones Originarias; más de 2.000 Comunidades Indígenas Preexistentes por la prórroga de Ley de emergencia territorial Indígena 26160 y por la Reparación Histórica de la manda Constitucional art. 75 inc. 17 Instrumentación de Ley de Propiedad Comunitaria Indígena.
A través del saqueo se están generando contaminación, desequilibrio y daños irreversibles a la Madre Tierra…
El cambio climático y calentamiento global es consecuencia de las políticas que se llevan adelante y que se busca profundizar poniendo en riesgo la VIDA de toda la Humanidad…
Nuestra lucha en defensa del territorio es permanente, el territorio no se negocia, porque es parte de nuestra identidad, ¡¡es nuestra VIDA!! La lucha continua….
En esta jornada informaron la finalización del acampe indígena y las próximas acciones decisivas a realizarse.

La madre de Floresta

30.12.2021

Por Silvana Melo

Hoy (29 de diciembre) se marcha otra vez en Gaona y Bahía Blanca. Donde el 29 de diciembre de 2001 la furia de un policía detuvo la vida de tres jóvenes que asistían a la represión policial a través del televisor de una estación de servicio.

A las 4:10 de ese día Silvia Irigaray, madre de Maximiliano Tasca, de 25 años, supo de un dolor que quema el corazón y paraliza la vida. Gobernaba fugazmente Adolfo Rodríguez Saa. En la pantalla la violencia institucional sumaba muertes y ellos tres se paraban a mirar. Un policía recibió una pedrada y el comentario “alguna vez les tiene que tocar a ellos” desató la ira del suboficial de la policía Federal, Juan de Dios Velaztiqui, quien descargó tres balazos de 9 milímetros sobre los tres. Maximiliano terminaba de festejar, a esa hora, un año bravo que se escurría y el título de Licenciado en Relaciones Internacionales que acababa de recibir. La vida estaba empezando.
Silvia Irigaray no dejó que el dolor la apuñalara. Pudo saltar sobre él, respetar la decisión de Maxi de donar sus órganos y convertirse en una “militante” de la donación. Pudo saltar sobre esa desolación y fundar las Madres del Dolor. Pudo saltar sobre esa angustia infinita y empezar a dar charlas en las escuelas de policía para hablarles del gatillo fácil.
El policía fue condenado a perpetua en 2004.
-¿Quién eras antes del 29 de diciembre de 2001?
-Me casé muy joven, quedé embarazada y mi novio me dijo nos casamos. Ya habíamos hecho la fiesta de compromiso, que era una costumbre de aquella época. Adelantamos todo y nos casamos de un día para el otro. Nació Pablo y un año después Maxi, el 4 de agosto de 1976. Eramos una familia hermosa; éramos comerciantes y ninguno de nosotros tenía una carrera universitaria. Tuvimos clientes importantes y trabajábamos bien, muchas horas. Pablo adentro de una fabriquita familiar de materiales eléctricos y Maxi y yo estábamos en la calle. El no dejaba de cursar en la universidad de El Salvador.
-Hasta que ese 29 de diciembre lo cambió todo…
-Cuando ocurre lo de Maxi no pude retomar más. Primero fue que me faltaba mi compañero. Perdí la voluntad, perdí las ganas. Intenté un año después pero las personas que yo veía me esquivaban. No podían dejar de llorar porque lo conocían a Maxi. Se me hizo muy difícil. Yo siempre tuve un carácter particular, una alegría de nacimiento. Y lo había perdido. Intentaba y no podía. Se me había roto el alma. Con el tiempo, la justicia hizo su parte buena y eso me ayudó. Yo reconozco que es lo que les falta a muchas familias, que se sepa la verdad, que vayan presos los culpables.
-¿Cómo empezó ese día?
-Esa mañana, era un viernes 28 de diciembre, desayunamos. Estaba complicado el país. El 19 y 20, caía el gobierno, la situación era gravísima. La violencia estatal que había en las calles era peligrosa. Maxi había ido a la facultad y en una de las estaciones del subte compró un mate precioso con una cabeza de caballo para su abuela, mi mamá, que el 19 de enero cumplía 80 años. Llegó y me dijo “¿sabés qué tengo acá? Un regalo para la Tita. Y el mío va a ser el mejor de todos”. Lo guardó en su habitación y nunca lo abrimos. Ese viernes 28 se encuentra con un profesor muy joven que lo invita a Floresta a la noche, a brindar en Gaona y Bahía Blanca. A las 19:15 Maxi me pide que le preste el auto porque estaba corto de tiempo. Nos dijimos que nos queríamos, nos besuqueamos como todos los días y se fue. Y no lo vi nunca más. Mi recuerdo amoroso, el abrazo, terminó en la llamada al Incucai para que por favor cumplieran con el deseo de Maxi que estaba registrado como donante desde los 18 años. Pasó a estar en una mesa de operaciones, sacando sus partes como si fuera un rompecabezas.
-“Tuve que desarmar a mi hijo”, dijiste.
-Es que fue así. Del dolor me fue llevando al amor. Empecé a buscar nuevos desafíos para ser mejor. Ir a dar charlas a escuelas de cadetes… La primera vez me temblaban las rodillas. Yo tengo en claro que el estado es culpable porque en el caso de Velaztiqui le habían sacado el uniforme y el arma porque era un violento y después se la volvieron a dar porque nunca miraron el legajo.
-Pensaste que probablemente los policías implicados en la muerte de Lucas González en Barracas te habrán escuchado en alguna de tus charlas. ¿Cuáles son las expectativas con las que vas a esas charlas en escuelas de formación policial?
-Ya sé que el año que viene cuando me toque retomar las charlas, voy a arrancar con la historia de Lucas. Nadie me lo saca de la cabeza… uno era de la Federal, otro de Provincia, otro de la Ciudad. Y son las escuelas a las que yo voy. Voy con muchas ganas de que ellos sientan mi amor a mi hijo. Primero fue Maxi el que perdió la vida, el futuro. Después venimos nosotros como familia. Mi mamá, con 80 años, decía “¿Cómo puede ser que yo, una vieja, siga viviendo y entierre a mi nieto?”. Cuesta levantar los brazos del piso porque uno se destruye. Por ahí me dicen en las escuelas “yo me voy a cuidar pero no voy a disparar. No voy a ser fácil para el gatillo”. Y estará el que no le importa nada y dirá “ésta qué viene a hablarnos”. Pero pasó una sola vez cuando tuve una charla en la que eran 1.550. Eran comisarios generales, capitanes… llenos de medallas. Y cuando yo voy caminando hacia el escenario escucho que alguien dice “uh, pero ésta es la de Floresta”. Era una sorpresa que les había dado la gobernadora porque decía que una víctima nunca había formado parte de la formación policial. Todos creían que iba a estar la gobernadora. Yo iba caminando hacia el escenario y escuché esa frase. Cuando llegué tenía una botellita de agua mineral. Me serví un vaso, me serví un segundo vaso porque no podía bajar el nudo que tenía en la garganta; saludé y con el dedo apunté “bueno… a uno de los señores que estaban acá por el medio de este lado le digo sí, soy la de Floresta. Soy la mamá de Maxi. Un uniformado como usted fusiló a Adrián, Cristian y Maxi”. Ay, no sabés… se escuchaba el ruidito de las sillas cuando las movían en el lugar. 1.550 sillas.
-¿Cómo te fue al final de la charla?
-Me fue excelente. Yo hablo mucho de la donación de órganos y de la mala experiencia que tuve en ese momento. La estación de servicio era a la vuelta de casa. Maxi ya estaba muerto pero yo escuché su voz diciendo “mami, acordate de que soy donante”. Me vine caminando para casa a buscar el documento, a buscar el teléfono del Incucai para pedir que me ayudaran. Fuimos a la comisaría. Eran dos personas, un hombre y una mujer. La mujer le preguntó al policía de la comisaría qué juzgado estaba de turno. Él levantó los hombros y dijo “qué se yo”. La mujer le levantó la voz, cerró el puño, golpeó el escritorio y le dijo: “ella es una madre que quiere donar los órganos del hijo que uno de ustedes mató”. A partir de ahí fue todo rapidísimo. Me trajeron a mi casa y se fueron a la estación de servicio. Cuando empieza la operación, esta gente me fue avisando todo. Era la desesperación de los médicos por la brutalidad policial, porque había que valorar que Maxi se había registrado hacía siete años y que yo los había llamado. Cuando sacaron una córnea dijeron “ahora vamos por la segunda. Tenemos que tener mucho cuidado que la bala no haya roto parte del sistema nervioso”. Después cómo desarmaron el corazón. Sacaron válvulas, aurículas… El 9 de enero de 2002 recibí una carta con membrete de Incucai. La apoyé sobre la mesa y no la abrí por muchas horas. Es como que tomé conciencia de lo que habíamos hecho. Y ahí, en una carta muy amorosa de agradecimiento, nos contaban –obviamente sin los nombres- que una de las córneas había ido a una joven mujer de 36 años y la otra, a una señora de 81 años. Y que les había dado la posibilidad de ver. Y que el resto se puede guardar freezado hasta 10 años, válvulas, aurículas… Todo eso me fue ayudando y hoy soy una militante, una activista por la donación de órganos.
-¿Creés que a partir de esa militancia y de tu protagonismo en la creación de Madres del Dolor, Maxi terminó pariéndote mejor persona?
-Sí, qué lindo eso. Porque yo digo que a Maxi lo parí un 4 de agosto y él se metió en mí el 29 de diciembre. Sí, Maxi era licenciado en Relaciones Internacionales. Yo era simplemente una mamá y empecé con mucha fuerza a relacionarme internacionalmente. Porque había en mí una Silvia que yo desconocía. Y fue Maxi.
-¿Cómo recibió el mate la abuela?
-Quedó en el cuarto de Maxi hasta el 18 de enero… y mi mamá ya venía poquito a casa. “Acordate mami que está el regalito de Maxi. Si vos lo querés, yo mañana te lo traigo”. Entonces ella me dijo “sí, claro que sí”. El 19 de enero se lo llevé, lo abrió y recién ahí lo vi. Precioso”. Tenía una tarjetita escrita por Maxi, era un papelito y un corazoncito. Y mi mamá usó ese mate hasta el último día de su vida.

El protocolo

-¿Cómo llegaste al protocolo de actuación policial?
-Cuando estaba en la charla ante esos comisarios y capitanes, uno de ellos al finalizar me dice: “señora, usted lo que tiene que hacer es un protocolo de actuación para fuerzas policiales”. Y yo dije “pero yo que sé cómo se hace eso”. En el público había un juez de Garantías, que me dijo “yo me ocupo. Yo hago eso y vos le agregás todo lo de Maxi”. Así que el primer protocolo en Argentina que es mío fue idea de un policía. Y se llama “Protocolo de actuación para fuerzas policiales en procesos de ablación en caso de muerte traumática”. Y para eso la policía tiene que estar preparada. No levantar los hombros como hicieron conmigo y con la gente del Incucai. Cuando además el policía dijo “vengan mañana después de las 8”. Y ahí fue cuando la médica se puso loca.

Lucas y Floyd

-Después de veinte años de que tu familia fue víctima de la violencia institucional, ¿cómo concebís que esos crímenes se sigan repitiendo sistemáticamente?
-Desde hace 8 años me invitan a una escuela secundaria de Tortuguitas que tiene más de mil alumnos. El día que fui escuché en el auto a la mamá de Lucas, que hablaba de su hijo agonizando por un balazo policial. En uno de los cursos uno de lo chicos me dice “¿y usted qué opina de George Floyd?” Por qué te vas tan lejos, le dije. Opino que es una bestialidad pero lo mismo ocurrió en Chaco. Y después en Tucumán y hoy hay un chico con un balazo de un policía. Cuando llegué a mi casa, a las 8 de la noche, vi en la televisión que Lucas se había muerto… Pensé en los chicos del colegio. Me sentí terriblemente desilusionada, sola, y me decía ¿vale la pena tanto esfuerzo? Inmediatamente me empezaron a llegar mensajes por wasap diciéndome que no bajara los brazos. Fue impresionante cómo muchísima gente relacionaba el caso de Lucas con la masacre de Floresta.

17 años de Cromañón, una masacre que duele como el primer día

29.12.2021

Por La Retaguardia

En el marco de un nuevo aniversario de la Masacre de Cromañón, Silvia Bignami, madre de Julián Rozengardt, una de las víctimas de aquel 30 de diciembre de 2004, habló acerca de las actividades que se están planificando para recordar a los pibes y pibas fallecidas. Bignami pasó por el programa radial La Retaguardia, donde también habló de la necesidad de mantener la memoria activa en estos tiempos.

El 30 de diciembre se cumplen 17 años de la Masacre de Cromañón, donde 195 pibes y pibas murieron bajo el fuego y el humo que colmaron el lugar, mientras sonaba la banda de rock Callejeros. Silvia Bignami, madre de Julián Rozengardt, habló acerca de las actividades que realizarán en esa fecha: “Ya el año pasado hicimos algo en la calle con mucho protocolo, con mucho temor y también con mucha necesidad. A nosotros, en muchos sentidos, la pandemia nos remite a Cromañón. Se repite esta lógica de que el Estado, que es el que tiene que cuidarte, pone toda la responsabilidad en vos. Tu barbijo, tu distancia. Y eso repite los fenómenos que llevaron a Cromañón. El cuidado sólo individual, no del Estado. La culpabilización de las víctimas. Por todo esto nos encontramos el 30 de diciembre, integrando este movimiento tan diverso. En este momento tenemos dos espacios importantes de lucha. Siempre estuvimos en Plaza de Mayo, porque es el histórico lugar del reclamo, pero a su vez en el santuario que se armó primero con las pertenencias de los pibes y que ahora se resignificó: está el boliche, está la presencia de Levy (Rafael, dueño del edificio donde funcionaba Cromañón), está su sereno. Por eso también hay un foco de lucha, de presencia ahí. Así que el 30 vamos a realizar diferentes actividades en simultáneo, con la idea de que cada uno se sume a lo que pueda, pero con fuerte acento en que por favor, marchen con nosotros. Por un lado, en el santuario se van a estar restaurando los murales, va a haber una radio abierta desde el mediodía. En Plaza de Mayo, planteamos un pincelazo por los pibes y las pibas, a las 16. Vamos a producir murales en tela, para que después puedan ir a las escuelas el 30 de marzo, que es el día que debería recordarse la Masacre y habitualmente no ocurre. También hay familiares que van a la misa que se hace habitualmente en la Catedral. Habrá un documento consensuado en la Plaza y después marcharemos. Esta vez también nos va a recibir cerca de la estación de Once la banda ‘La Chilinga’. Es una alegría que pueda ser con música, con percusión. También se realizará un escrache a Levy, en su portón fatídico. Y después haremos homenajes, con un recorrido visual por la historia del Santuario, que es también un poco la historia de la lucha, con un proyectorazo, con videos. Va a haber músicos y después la idea es esperar juntos esa hora en la que ocurrió la masacre. Para nosotros es un espacio de lucha, una jornada de lucha, pensando sobre todo en Cromañón hoy. En los jóvenes como seres en peligro, más que peligrosos. Eso nos une también a otras causas, como al gatillo fácil, a todos los accidentes evitables y demás”.
Bignami se refirió también a los juicios por crímenes de Lesa Humanidad que se están realizando, varios transmitidos a través del canal de YouTube de La Retaguardia. La integrante del Movimiento Cromañón trazó un paralelo entre las vidas de los y las jóvenes víctimas del Terrorismo de Estado con los pibes y pibas caídas en democracia, en manos del Estado. “Estoy siguiendo con mucho interés todo el tema de la recuperación del Atlético y de las excavaciones, porque ahí hay un ejemplo de esa lucha por la conformación de un espacio de memoria de años y años, y la importancia del rol de los sobrevivientes. Nosotros vamos a tener que hacer una cosa que. En un punto va a ser arqueológica. Si los sobrevivientes de la dictadura pudieron luchar tanto tiempo, nosotros tenemos a nuestros sobrevivientes, que son testigos. Hay que rescatar esos testimonios. Entonces eso anima. Pero yo creo que hay una reflexión que hacer sobre la dictadura y ahora que se cumplieron 20 años del 2001, también de ese proceso. Porque me parece que en un punto, si bien la dictadura la logramos sacar, nos dejó una democracia muy débil, muy corrompida. Muy más o menos. Muy ‘es lo que hay’. Esa democracia estalló en el 2001. Mi hijo era adolescente y fue a la calle. Me acuerdo que se llevó las bolitas (porque todavía jugaba a las bolitas), porque sabía que había caballos. Ahí no murió, pero después pasó Cromañón. Estoy haciendo unos saltos de tiempo terribles, pero porque vino esta gobernabilidad que también resultó trucha, insuficiente, y que provocó estas cosas. No es la dictadura. Para mí no es lo mismo, porque si no es como que no hicimos nada. Pero sí son democracias débiles, con pocas herramientas reales de participación, de ver quiénes son los jóvenes, de ver qué les pasa. Y eso provocó Cromañón. Y siguen los coletazos. Sobre todo en relación con los, las y les jóvenes. Estos días 19 y 20 me han llevado hacia muchos pensamientos y recuerdos también”, concluyó.

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