7.10.2020
Por Liliana Urruti
“Esta nota fue escrita durante otra toma. Once años, en diciembre, después, casi 3.000 familias, 10.000 personas aproximadamente, vuelven a ocupar 100 hectáreas de terreno, en el distrito bonaerense de Presidente Perón. Aquella se trataba del 2010, era en Villa Soldati y aunque las locaciones son distintas las necesidades son las mismas”.
Esta nota fue escrita durante otra toma. Once años, en diciembre, después, casi 3.000 familias, 10.000 personas aproximadamente, vuelven a ocupar 100 hectáreas de terreno, en el distrito bonaerense de Presidente Perón. Aquella se trataba del 2010, era en Villa Soldati y aunque las locaciones son distintas las necesidades son las mismas.
La ocupación de Guernica deja al descubierto que el acceso a la vivienda, contemplada en la Constitución Nacional, es la misma desde que los primeros inmigrantes desembarcaban en el Puerto de Buenos Aires.
La diferencia, si encontramos alguna, radica en que la dinámica propia del contexto nos permite reconocer que las personas que participan en las tomas, niñes, adolescentes, mujeres, el colectivo LGTBIQ, personas con discapacidad y adultos mayores, se encuentran en situación de vulnerabilidad y emergencia.
Las ocupaciones de tierras y viviendas se producen por el encarecimiento de los alquileres dado que 18.500.000 de argentinos son pobres. O como resultado de situaciones de violencia de género que obliga a las mujeres a dejar sus propios hogares para resguardarse ellas, y a sus hijos. O por los hacinamientos en los barrios de emergencias. Los factores son múltiples. También ha cambiado que no importa ya tener o no un sueldo dado que las tres cuartas partes se destinan al pago de alquileres y servicios, en sectores que antes eran considerados de clase media, y ahora no alcanza para definirse como clase trabajadora.
A la falta de respuesta por parte del Estado se le agrega la estigmatización, con lo cual si vamos un poco más allá no deberíamos dejar de pronunciar dos palabras que contribuyen y definen el problema: globalización y capitalismo.
La otra toma
No era un parque. El Indoamericano era un baldío pedregoso, desnivelado. Caminar en ese terreno requería de condiciones especiales. En esas tierras de Villa Soldati los pastizales de medio metro de altura y la basura formaban el paisaje.
Hacía dos años que Sergio F. llegaba a la Argentina, desde Paraguay, cuando le dijeron en la Villa 21, donde alquilaba una pieza, que un grupo de personas había decidido ocupar tierras abandonadas. Aunque no tan abandonadas porque allí las ratas, levantaban sus cuevas, culebras las suyas, y alguna vez —cuentan — hasta se vio un cuerpo humano descuartizado. Sergio, no lo pensó. Con lo que ganaba como pintor y un ticket alimentario jamás juntaría para una casa. Por si fuera poco, ni él ni Pamela, su mujer, estaban desnutridos ni eran celíacos, requisitos para los $50 adicionales.
La mayoría llegó hasta el asentamiento por decisión propia. “Se corrió la voz”. No estaban organizados como cuando “los grupos piqueteros o las organizaciones sociales deciden un corte”, contaban. Del total, se destacaban los jóvenes entre 18 y los 30 años. Muchas chicas de 17 o 18 años, ya madres, que habían sido abandonadas por los padres de sus hijos. Sin embargo, la suerte le había puesto en el camino a quienes por esos días eran sus parejas. Ellos sí, ayudaban con la crianza.
Arnaldo O. B, también era paraguayo, de la Villa 20, tenía, hace diez años atrás, 25 años y era cartonero. Ganaba 1200 mensuales y vivía con su mamá, que era empleada doméstica y a pesar de la diabetes era la que “le da una mano con la nena”, – de tres años.
Recortes de telas y de bolsas de supermercado, anudadas perimetraban lo que ellos tenían la ilusión sería el lugar dónde levantarían la casa propia. La ocupación no es un invento argentino. Surge a mediados de los 80. Y si bien es un movimiento mundial, otra vez los ingleses sirvieron de modelo.
Diego Gabriel C. había llegado hacía cinco años desde Itá, y levantó la carpa más formal de la zona que nos tocó caminar. Vivía en la Villa 20, también, en una pieza de 3m x 2,5 por la que pagaba 400 pesos. La tasa de inflación promedio de Argentina entre los años 2010 y 2019 fue del 30.93% anual. En total, la moneda presentó un aumento del 1,030.6% entre estos años. Esto quiere decir que 1 peso argentino (ARS) de 2010 equivale a 11.31 pesos argentinos de 2019. El valor de la pieza que alquilaba Diego Gabriel hoy sería de 4524 pesos. Era la más barata, dado que había que subir por escalera. “Una pieza grande estaba cerca de 700 pesos (unos 7917 pesos actuales)”, cuenta. “Pero era peligrosa” porque su esposa, Silvia Graciela G., argentina, estaba embarazada y un día se resbaló y se cayó. En Paraguay Diego vendía fruta en los colectivos, pero “era mucho más joven”, ahora tiene 23 años. A Silvia la conoció en Argentina. El país que además le dio una hijita que hoy tiene 4 meses y se llama Anabel.
En Alemania, Holanda, España, Italia, Francia, e Inglaterra, y en Latinoamérica, en países como Chile, Argentina, Brasil, Colombia, Venezuela los ocupas se instalan en terrenos desocupados, edificios abandonados, de forma temporal, o permanentemente. El fin es cultivar, levantar viviendas, o centros con fines sociales y culturales.
El censo que llevó a cabo el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, un operativo liderado por Sergio Berni, en aquel entonces Secretario de Gestión y Articulación Institucional, duró 40 horas de trabajo continuo de 200 profesionales, entre técnicos, trabajadores sociales y comunicadores. Arrojó un total de 5.866 registrados, equivalentes a 13.333 personas. El 95% de los ocupantes procedentes de barrios de la Capital. Después se desmadró
“Ninguna de las personas que estuvieron en el conflicto del Parque Indoamericano resolvió, al día de hoy, su situación”, contaba Alejandro “Pitu” Salvatierra el 1° de diciembre de 2019, y agregaba que Alberto Fernández creará un ministerio de Hábitat y Vivienda”, tal como sucedió ni bien asumió como presidente.
Página 12 en el 2010, sobre la ocupación del Indoamericano, titulaba “Días de fuego y Sangre”. Once años atrás, los argentinos se quejaban de los ocupas extranjeros, a pesar de que la Constitución dice que nuestro país es “para todos aquellos que quieran habitar suelo argentino”, y habla de derecho a la vivienda digna. No obstante, ellos se sentían argentinos. O más bien, la Argentina les latía como país propio.
Si bien se especulaba con una salida pacífica Eva Nilda O. P. no estaba tan segura que la decisión final le traería el tan ansiado lotecito. Ella en la Villa pagaba por una pieza —que habitaba con su hijito discapacitado de cinco años— 500 pesos. Cobraba el Ticket Alimentario del Gobierno de la Ciudad. Su hijo tenía una luxación de cadera y rodilla y Síndrome de Larsen. En este caso es cierto los que dicen que muchos hermanos de países vecinos vienen porque los hospitales son gratis. En Paraguay tuvo que pagar las operaciones, el tratamiento y el costo se le hizo tan alto que decidió emigrar. “Estaba desesperada”. Le habían dicho que, en Buenos Aires, que en el Garraham… Por si fuera poco, el papá de su hijo los abandonó hace años. Aunque no sabe si fue preferible ese abandono, al del titular de la jefatura porteña, Mauricio Macri, cuando decidió en el presupuesto 2011 disminuir en 100.000.000 (millones de pesos. Hoy unos 1.131.000.000) la asignación a la salud pública. Eva Nilda dice que está mejor que en su tierra. Pero quien sabe si en lo más recóndito de su corazón extraña. O si cabía en sus planes y en su imaginación que terminaría en un asentamiento en el que morirían tres personas, de las cuales una podría haber sido ella. Dónde estaría Eva Nilda y su hijo cuando en el 2015 aquel jefe de gobierno ganaba la presidencia de la Nación. O ahora que en 2020, cuando nos azota una pandemia, con esa suma menos en los hospitales de la ciudad de Buenos Aires.
El primer día, durante el fallido intento de desalojo, por parte de las policías Federal y Metropolitana, fueron asesinados el ciudadano paraguayo Bernardo Salgueiro, de 22 años, y la ciudadana boliviana Rosemarie Churapuña, de 28 años. Y durante los confusos y violentos enfrentamientos del jueves siguiente, murió a balazos el boliviano Juan Quispe Castañeta, de 39 años.
En la Argentina de hoy, otra ocupación de tierras está sucediendo en Guernica, y con una pobreza que alcanza a 18.500.000 de personas, estamos obligados, entre otras cosas, a darnos cuenta que entre los ocupantes y nosotros solo media quienes son capaces de hacer lo que nosotros no haríamos. Por eso, llama la atención que nos sigan molestando tanto los cortes de calles. Los reclamos expresados en la toma del Indoamericano o la toma de Guernica, tuvieron una condena cuya respuesta anida en la pobreza misma: la desesperación, la denigración, una pared de desigualdad que se erige apenas unos centímetros de nuestras narices. Los motivos que impulsan a los sin techo, en el mundo, son denunciar y, al mismo tiempo, que los gobiernos atiendan las dificultades económicas que implica el derecho a una vivienda. Las protestas siempre radican en hacer visible un problema, una demanda que no sería escuchada de otra forma. La validez de esos reclamos se desvanece cuando la bandera que se erige se transforma en muertes. Y los que provocan esas muertes lo saben. De la lectura de los responsables salen a quienes se va a culpar políticamente.
En el “parque” Indoamericano no todo fue pacífico. Ya se vio otras veces. En el 2001 cuando según la televisión “las hordas del conurbano se dirigían a la Capital Federal para copar los supermercados”, o cuando se reprimió frente a la Legislatura Porteña a los que manifestaban en contra de la puesta en vigencia del Código de Convivencia. Grupos de choque, en clara oposición a los sectores populares, esgrimían la intolerancia a punta de pistola. Los medios dijeron otras cosas pero en las improvisadas carpas, levantadas con cuatro palos endebles y bolsas de residuos o frazadas, en el mejor de los casos, no se veían ni armas, ni ojos dilatados por el efecto de la droga, ni siquiera un paquete de galletitas o una botella de gaseosa.
Ya instalados, se agruparon y nombraron un delegado que entre otras funciones tenía la de ir a buscar el agua y los escasos alimentos que el gobierno de la ciudad y los familiares que por medio a entrar les dejaban en la puerta.
Antonia C. Ch. se fue hasta allí con su hijito Anthony. Un morocho precioso y simpático, como pocos, de apenas 3 años. Antonia tenía además un hijo de 13. La carpa era de cañas y un techo de hojas que simulaban los bungalós de las payas caribeñas pero que vueltos a poner los pies sobre la tierra asaltaba con una preocupación, qué pasaría con ellos si llovía. “Por suerte, decía, está en blanco” porque trabaja como doméstica en una casa de familia por 950 pesos mensuales. Hace 12 años que llegó a la Argentina. De hecho, Anthony es nacido acá. El hermano de Antonia, que tiene una carpa más resguardada vino siete años después. Se llamaba Derlis de Jesús Ch. S. Vivía con Antonia, otra hermana y su sobrino en la misma pieza. Ya tenía “la precaria” pero se la robaron. Trabajaba en la construcción y si le “venía una buena racha conseguía 400 pesos por semana”.
Todos los ocupantes del predio coincidían en que los vecinos de Soldati tenían derecho a estar enojados con ellos. Aunque les dolía la discriminación. Más aun, la xenofobia que le escucharon a Mauricio Macri, el jefe de gobierno, poniendo a los vecinos en contra unos de otros.
Cuando los censistas les decíamos que veníamos de Nación, sonreían. Le preguntábamos por qué. No había respuestas eruditas o que develaran cuestiones ideológicas. Pero en la sencillez radicaba la profundidad. “Macri defiende a los vecinos que están afuera. El gobierno nacional a los que estamos acá adentro. Macri no quiere saber nada de ayudarnos a construir. El gobierno nacional está dispuesto a cedernos lotes propios”. “El quería que nos fuéramos por la fuerza, que la policía reprimiera”.
José River no tuvo tiempo ni de adaptarse. A un año de su llegada asumió que no se puede ir del Indoamericano hasta que se concrete una solución. Sabe que la ocupación es ilegal. Igual se enteró por la radio, y se vino, como muchos otros. Trabaja en la construcción y, a veces, como ayudante en un taller mecánico. Se sentía “un poco mejor que en Bolivia. Pero no era momento para que nos discriminaran. Esa gente está muy equivocada. Pero también nuestros mismos paisanos nos critican. Claro, porque ellos ya alcanzaron lo que querían. Nuestros propios paisanos nos explotan. Nos hacen trabajar de las siete de la mañana a las 10 de la noche. Nosotros estamos decididos a quedarnos. Pero lo que más llama la atención es que nos discriminan los hijos de paraguayos nacido aquí”.
Como si se trata de una visita de cortesía en cada lugar que traspasábamos el perimetraje, que nos acercábamos las familias, nos ofrecían lo único que tenían, un banquito de plástico y una almohada para mullir el asiento.
No hay una cara que se me haya olvidado. Recuerdo minuciosamente a quien me estoy refiriendo en cada relato y me gustaría saber de cada uno cuando recibieron la noticia de que finalmente se abría un registro para elaborar un plan de viviendas.
De María Inés M. tengo una memoria vívida. Tenía cinco hijos. Tres vivían con ella y dos estaban en pareja. Solo por el que pasó a quinto sin llevarse materias cobraban una beca anual de 750 pesos (8400 actuales). No así por los otros dos que también están en el secundario.
Ella trabajaba en una cooperativa para limpiar escuelas y militaba en la CCC (Corriente Clasista y Combativa) Pero ellos no le avisaron. Llegó al asentamiento un día después que comenzó la toma por una conocida. Hacía diez años que tenía los papeles en la Comisión de la Vivienda. “Aunque tenga que pagar no me importa. El más grande de mis hijos, el que no se llevó materias —dice— vende repasadores en una feria”. Ella en su casa “aloja a un abuelito indigente que encontró en la calle, porque entre pobres hay que ayudarse”.
Le dio un poco de miedo cuando entro la Federal y la Metropolitana. “Tiraban gases. Incluso desde arriba y arrasaron con todo lo que ella, y otros, había traído. Lo poco que habían traído. Nació en Buenos Aires y vivía con su marido que “trabaja de mantenimiento de limpieza y es diabético. Por suerte trabaja en blanco. Lástima que desde hace un tiempo el médico lo hace ir una vez al mes a control, y no quiere decirme por qué”.
Manuel Telio fue el único peruano con el que hablamos. Alquilaba una pieza, por 550 pesos, en Soldati y vino desde Lima hacía un año y 8 meses. Tenía 23 y desde hacía tres meses convivía con una argentina: Graciela. Antes vivía en Constitución, pero allí una pieza la pagaba 700 pesos. Era electricista “y si va todo bien gano entre 1.200 y 1.350 mensuales”.
Una vecina de Manuel, nos contaba —mientras le daba a su hijita un antibiótico— que cuando entró la federal y la metropolitana no le avisaron que venían a desalojar. Que ellos comprendían que los vecinos se quejaran y que la mayoría de los periodistas no contaban la verdad de lo que estaba pasando. “Por ejemplo que mis hijos y nietos son argentinos. Que acá no hay armas. Que este parque no es un parque y que Macri con sus declaraciones provocó esto.”
En la entrada de uno de los lotecitos descansaba la Virgen de Luján homenajeada con unas flores de plástico. Sus ocupantes dijeron que “si se da, si consiguen el lote, el 8 de diciembre, van a pie la Basílica desde el santuario de San Cayetano en Liniers”. (Nuestra Señora de Luján es la Patrona de la República Argentina y de las Rutas Nacionales. La virgen adecuada para pedirle el milagro).
Jorge C. es argentino vivía en la Villa 20 y estaba en cuarto año Bachiller. No recibía ningún programa social. No tenía trabajo fijo. Hacía chapa y pintura por 150 pesos a la semana. Eso fue hasta que el fin de semana se fue para el Indoamericano y no sabía si el lunes iba a poder regresar a trabajar. Soledad G. es su mujer. Tenía 18 años. Había terminado la secundaria, pero tampoco trabajaba. Tenían una nena de dos años. Jorge lucía un piercing en el rostro y un camperón enorme coronado por una gorra con la víscera mirando para atrás.
Ramiro S. alquilaba una pieza para él y sus tres hijos por 280 pesos, en la Villa 20. Trabajaba a porcentaje en un remise y sacaba de 1000 a 1100 pesos mensuales. Era “padre soltero de uno de 17, otro de 10 y otro de 5. Hacía 18 años que vivía en Argentina. Plena época de la convertibilidad, en la que venir los favorecía. Fue cuando se dio la mayor inmigración. Más alta que el 3% actual y no tan concentrada en Capital Federal como ahora.
Odeth es la hija de Margarita. Odeth Geraldine B. Q. Tene 8 años, “cumplidos el lunes” —contó orgullosa. Con ella y su mamá, que trabajaba en una empresa de limpieza, vivían Osman y Katia, de 24 y 15 años respectivamente. Todos estaban documentados. Habían llegado a nuestro país, desde Bolivia, hacía cuatro años. Otro motivo de orgullo para Margarita era que Odeth estaba en 7mo grado. Osman trabajaba. Odeth estaba solita. Su mamá había salido del predio en busca de “algo para comer”.
No saben de porcentajes ni siquiera que los acusan de algo que no dicen o no hacen; o que sólo el 5% del trabajo, era para los inmigrantes, (un 2% en negro y un 3% en blanco). Datos que indicaban que “los extranjeros no le quitan el trabajo a los argentinos”. Pero quién entiende de números. “De las 10 mil viviendas anuales que iban a entregar, durante el 2010, el gobierno de la Ciudad sólo adjudicó 81. La subejecución del presupuesto de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires para la construcción de hábitats rondo un 18% de los 415 millones previstos”, escribió Aníbal Fernández en su blog.
Si bien no se podía, ni se puede ahora, avalar la ilegalidad era imprescindible tener en cuenta que la desesperación es desesperación. Por eso, tuvieron lugar otras ocupaciones como la del club Albariño, el domingo a la noche, por un grupo de personas de la villa 15. Allí también un grupo violento y armado los hostigó e intervino la Policía Federal. Más tarde, se hicieron visibles con el mismo reclamo otros lugares como Bernal, Bajo Flores, un intento en Casa Amarilla y 10 años después Guernica.
Jezusa R. vivía con sus tres hijos y su esposo. La carpa tenía un colchón con sábanas y frazadas prolijamente estiradas. Era boliviana, tenía 38 años y una disfunción renal, que la obligaba a orinar en una bolsa. Además, rengueaba. Tenía una pierna más corta y el lado derecho inmovilizado. Esto último le venía de chica “y no tengo a mis padres para que me digan que me pasó”. Cobraban la Asignación Universal por Hijo (AUH) y el marido hacía changas de pintura. Con eso juntaba 200 pesos por semana. Él se llamaba Gustavo Alejandro S., de 25 años, argentino y de Villa Soldati
Arnaldo André L., que no era el actor de la tele, de Piel Naranja, se reía cuando bromeábamos sobre que la mamá debía haber mirado muchas novelas. Sabía de qué hablábamos. Tenía 24 años y como pintor llegaba a los 2000 mensuales. En su carpa flameaba una bandera argentina. Lo acusaban que era para diferenciarse de los bolivianos o los paraguayos, pero él decía que era solo por amor al país.
Trabajaba con el padre. Y vivía con su mamá que recibía un subsidio por ser madre de 7 hijos.
Ramiro tenía un mes y medio apenas. Ahora debe estar por los diez. Su marido 23, pero estaba de viaje. Ramiro descansaba en los brazos de su mamá mientras tomaba la teta. El impacto en la agenda educativa de los inmigrantes es muy bajo. Ocupaban el 5% de las plazas de la educación pública. Este llamado “fenómeno migratorio” no explicaba el colapso de los hospitales, que venían colapsados desde hacía tiempo por la falta de presupuesto. Del total de pacientes que a diario recibía un hospital público los bolivianos, paraguayos, peruanos representaban el 12 % del total de los servicios.
En la ocupación de Villa Soldati había madres que les daban la teta a sus bebés, y que casi no habían dejado, ellas, la teta. Gabriela Arredondo vivía en una casa en la que alquilaban con Ramiro una habitación por 350 pesos. Por suerte ya tiene en trámite la AUH. Vinieron al asentamiento por voluntad propia. Ella no quiere dejar de estudiar, solo le falta cuarto y quinto año.
Sarah H. era dominicana. Fue raro encontrar alguien de esa nacionalidad. Con un tono y una forma de hablar que invitaba a la sonrisa. Tenía los labios pintados y se veía “guapa”, según su forma de hablar. Vivía en los Piletones. Alquilaba una pieza por 200 pesos. Tenía 49 años y dos en Argentina. Estaba casada con Antonio B. F., boliviano, de 38 años. Un soldador al que le pagaban 1500 pesos por su trabajo. El hijo de él, Ronal, vive con ellos. Antonio también tenía una “argentinita de dos años”, pero ella estaba con su mamá. Vivían cerca del comedor de Margarita Barrientos que en diálogo con radio Mitre dijo que todos lo que habían ocupado el predio del parque Indoamericano ya tenían casa en Soldati y “autos nuevos”. También se dijo, más precisamente el jefe de gobierno dijo, que en la toma había narcotraficantes en relación directa con las cocinas de droga de las villas.
Según el jefe de gabinete del Ministros de Nación, declaraba: “Del 18% de los 415 millones previstos para el presupuesto de 2010 sólo 1 millón 800 mil pesos fueron destinados efectivamente a levantar paredes y construir núcleos húmedos… el resto se fue en publicidad, administración, sueldos y viáticos…”
Todos parecían más grandes de la edad que tenían
Delfina era argentina. Vivía con sus cinco hijos en una pieza que no podía pagar. Cobraba la tarjeta de ciudadanía porteña. Era mujer y con discapacitada. Vendía cosméticos por catálogo y con eso reunía 400 pesos mensuales. “Fue por un accidente de tránsito”. Por suerte el hijo más grande trabajaba en el supermercado Día. Los otros tenían 12, 18 y 21. La de 21 terminó la secundaria y va a seguir la carrera de instrumentista, el de 18 está en cuarto.
Allí estaban los del Centro Verde para reciclar cartones. Agrupados en una cooperativa que contaban con 250 socios. Valentín H. era el presidente. Sacaban un sueldo de 1.800 pesos y los chóferes 2.500, por 8 horas diarias y 4 los sábados.
Tenían logística propia —contaban— y no recibían subsidios. En aquel momento reunían a 780 familias, aproximadamente, provenientes de Mataderos, Lugano y Bajo Flores. A pesar de que los vecinos querían sacarlos de allí como fuera. Si era necesario a los golpes. Sería importante saber, también, que, si bien, era difundido que las cárceles estaban pobladas por inmigrantes, solo el 3% (3 de 97) de los presos eran de países latinoamericanos.
“Hay que dejar trabajar a los funcionarios de cada área. Si dejamos la evidencia de que una vivienda se consigue de este modo va a alentar a otras personas, dijo Gabriela Michetti. Dicen que el principio de una solución radica en el reconocimiento de la existencia de un problema. Entonces después de tanto encono, finalmente, Mauricio Macri dio el brazo a torcer. Menos mal. Reconoció el déficit habitacional.
El Indoamericano fue desocupado. Ojalá tengan todos unos buenos destinos. ¿Quién no merece vivir mejor?